RECIEN NACIDAS
Jueves frio y húmedo, sin viento y con sol que de a poco va disolviendo la niebla. La ciudad despierta.
Nadie las mira. Entre ellas, tampoco lo hacen.
Una madre niña amamanta a su hija en ese banco de la calle donde nunca se sienta nadie. La madre recién nacida la acaricia con la mirada suspendida en pensamientos inconexos y ella con los ojos y los puños cerrados como cuando estaba en su vientre, se nutre y respira.
Ese banco sucio, viejo, cagado por los pájaros, con la madera roída por los insectos y el color herrumbrado de su estructura se hunde en la tierra, invadiéndola. Sin saber, aloja por instantes a estas dos mujeres limpias y nuevas, perfumadas por el desafecto y consagradas al recién nacido destino, alimentándose sin mirarse y sin que nadie lo advierta.
La madre niña abrazada a su hijita, estrenando sentimiento y compañía, vuelve sin rumbo al camino; mientras, aún sin amarse, la recién llegada la alumbra el destino sin que su madre lo sepa.
La irremediable lluvia de los días y el resto de los inviernos tejerán el vínculo y se amarán por encima de todas las penumbras y anocheceres oscuros por los que transitarán a lo largo de sus recién estrenadas vidas.
Y en breve, se amarán inevitablemente, incluso cuando los días se les atraganten.
Julio 2020
Milenia Villaseñor