EL DUELO DE MATIAS
“Hace siete días que comenzó el incendio en la prisión de Comayagua a menos de cien kilómetros de la capital de Honduras.
El servicio forense estima que hay 357 muertos, muchos de ellos se encuentran calcinados y su reconocimiento llevará tiempo. Son tantas las víctimas que se ha decidido ubicarlas en un campo de futbol cercano a la prisión. No saben el número de presos que han escapado y aún se desconocen las causas del siniestro”
Matías acababa de cumplir 86 años y ya no estaba para viajar. Habló con la embajada de Honduras, pero nada, sin rastro.
No saber nada de Joan era bastante habitual. Ahora, sin embargo, los parámetros de su existencia habían cambiado. ¿Estaría tirado en ese campo de fútbol junto a sus compañeros de vida?, ¿Continuaría en su celda, achicharrado y negro esperando a ser hallado, recuperado y reconocido?, ¿Y si le han salvado y trasladado malherido al hospital?
Conjeturaba, pero no se engañaba. La sombra de que su hijo pudiera haberse fugado le atormentaba.
Su madre renegó de él desde que fue condenado. Ella se sumió en una invernal tristeza y continuó llorándole ya sin lágrimas y también amándole igual que desde ese primer llanto que escuchó al desprenderle de sus entrañas.
Su padre no le repudió. Le resultó más asimilable excusar a Joan. No necesitó ver que, con ello, también se estaba eximiendo él. En consecuencia, a su mujer Caterina no la comprendía, ¿cómo una madre puede contravenir ese incondicional amor y escaparse de él a través del rechazo?
Llegó la comunicación. Las llamas de la prisión también ardieron con Joan.
Respiraron aliviados ninguno de los dos quería dejar este mundo y abandonar a su hijo en aquel inhóspito lugar, su muerte era la mejor noticia que podían recibir.
Matías sacó todas las fotografías escondidas. Y por fin terminó su duelo.
Una a una fue llorándolas. Y quemándolas: Joan sonriente pero esquivo, Joan en la playa y ajeno, Joan junto a su madre, desarraigado. En todas se asomaba sin alma.
Ardían las fotos y se compadecía de él. Su contemplación piadosa, fue redimiendo y abrasando cada una de sus atrocidades. El fuego lo calcinó todo. Los dos quedaron absueltos.
Caterina, no caminó duelos, su aflicción no necesito clemencia ni compasión de nada ni de nadie. Devorado o salvado por las llamas, su amado hijo, al fin, ya estaba a mejor recaudo.
Milenia Villaseñor
Otoño 2019