LOS SONIDOS DEL TREN
El próximo tren de cercanías a Atocha llega en veinte minutos.
Aurea vive casi frente a la estación, siempre coge el de las ocho y media, pero esta noche ha descansado mal, pensamientos absurdos pegados a la almohada, sed, pesadillas y horas inquietas. Camina sin prisa hasta el andén. Se queda en la zona central, mirando las vías sin ningún interés, mientras la mente salta de un pensamiento a otro.
Javier, un amigo de su hijo, siempre toma ese viaje para ir a clase, ya está allí sentado en uno de los bancos alejado de la entrada principal, hoy le ha acercado su padre en coche. Con la mano derecha trajina en el interior de su mochila colocada en el suelo entre las piernas y con la otra se come un ‘bollycao’. Junto a él un señor muy abrigado y otra joven con una bolsa grande que parece estar llena de ropa.
Viajando desde el principio del recorrido una cuadrilla de albañiles que siempre se sientan juntos de dos en dos y frente a frente; en grupo cabecean el sueño entre el cansancio no recuperado de intensas jornadas pasadas y el sopor de la fuerte calefacción del espacio. Cerca de ellos, Benito y su mujer Carmela; él mira a todos los viajeros que circulan por el pasillo, ella descansa la cabeza en el cristal de la ventanilla y permanece con los ojos entreabiertos.
De pie, casi junto a Aurea, tres chicas estudiantes con carpetas que cruzan con sus brazos sobre el torso, conversan sin apenas mirarse; una de ellas, la más alta, ajena a la charla escucha la música del walkman. Un señor, de cierta edad, con las manos metidas en los bolsillos mira primero su reloj y luego el de la estación, el último tren se le escapó por segundos.
El resto de bancos permanecen ocupados y el andén lleno de gente.
Se escuchó la apertura de la puerta donde se dispensan los billetes y los pasos acelerados de los últimos viajeros. Una voz femenina, monocorde y lineal anunció que el tren procedente de Alcalá de Henares con destino a Príncipe Pio y con parada en todas las estaciones, iba a hacer su entrada en la vía.
Aurea se agarró el bolso con la mano izquierda, adelantándose al filo del andén; Javier, continuó sentado; el señor abrigado se levantó al escuchar el aviso; las chicas continuaron charlando sin mirarse y la joven cargando la bolsa se preparó para acercarse.
Llegaba el tren con todos sus sonidos.
Y conmocionando las entrañas de la tierra, los vagones invadieron de estruendo la estación. Los seis coches se fueron deteniendo a su entrada mientras la detonación expandía metal y muerte a la vez. El andén se cubrió de espanto y silencio.
Entre hierros retorcidos, humo y sangre quedaron esparcidos por todo el andén, bolsos, relojes, carpetas, ropas. Y también los cuerpos.
Javier, gravemente herido fue uno de los primeros en ser trasladado al hospital.
-Pero, ¿Qué prisa tenía?, ¿por qué no cogió su tren a la hora de siempre? -
Se preguntaban sus hijos sin encontrar consuelo.
-El 11 de marzo entre otras es la onomástica de Santa Aurea- leía en el Santoral su marido.
-Hoy es el Santo de San Vicente, Santa Aurea y también de San Benito- pensaba Carmela.
(Cadena de Atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid (España). Tren número 21713, de seis vagones. Salió a las 07:14 de la estación de Alcalá de Henares con destino a la estación de Príncipe Pío, explosionó en la estación de cercanías de Santa Eugenia)
Madrid, 9 de marzo de 2020
Milenia Villaseñor