La Farera

La farera

Nada quedaba retrasado en el mantenimiento de toda la instalación. Los efectos de la corrosión del mar, no daban tregua y ella se volvió especialmente perfeccionista desde que las aguas se lo tragaron.  

Casi todas las tardes, se sentaba en la butaca azul, balanceándose entre los sonidos del peculiar espacio; cosía mientras se acompañaba de recuerdos, humedad y olor a sal.

Acababan de estrenar la treintena cuando se fueron a habitar el faro de la costa de la Muerte. Miguel era un hombre de mar, hijo y nieto de mariscadores.

 Ese amanecer, se barruntaba tormenta; partió temprano, el grupo de su cofradía se preparaba para descender y empezar su tarea con la bajamar.

Apenas sí se despidieron, Aurora se peleaba contra el salitre, siempre ocupada por que afectara lo mínimo al sistema de iluminación. 

Se recrudeció el temporal. Los acantilados se iban ennegreciendo de espuma anubarrada de tempestad. La temperatura descendía a cada instante. Poseído de atemporales demonios, el mar batía atronando toda la costa queriéndola desgajar, deseando integrarla en sus entrañas con el faro dentro.

A los cinco hombres dejo de vérselos faenando. Uno no regresó jamás. El océano, aspirándole a sus vísceras y sin más explicaciones que su poderosa fiereza, le hizo desaparecer.

Ella continuó al frente del faro junto al olor a salitre, el rugido del insondable abismo y esa nueva soledad marcada por la ausencia.

Pasó el resto de sus amaneceres esperándole, sobre todo cuando el grupo de la cofradía bajaba a mariscar.

Casi todas las puestas de sol recogía flores de la proximidad del faro; las disponía en vasos con agua desde donde comenzaban las escaleras, hasta la llegada a la linterna.

Siempre flores frescas.

Por cada ramillete de margaritas silvestres que componía, entablaba un dialogo con Miguel. Conversando a diario, como si tal cosa.

-Mañana tendrás que ayudarme

-Aunque hoy tampoco vengas, continúo velando tu sueño desde la oscuridad del océano

Yo creo que en cualquier momento apareces por la puerta, empapado y agotado por la faena

La farera remendó sus tiempos, tejiendo lentamente las redes de su soledad. Se acompañó de los destellos de luz que gritaban el nombre de su amado esparciendo el sonido por todo el océano.

Y, en las largas noches de temporal, soñaba que su faro se desgajaba de los acantilados y se prolongaba océano adentro en busca de su percebeiro.

MILENIA VILLASEÑORA FARERA