El paseo
EL PASEO
Salió de casa sin abrigarse apenas. Ya casi no le quedaba luz a la tarde de noviembre.
Pasear, salir de allí sería una buena distracción, quizás pudiera pensar con más claridad. En casa, rodeada de todo aquello era imposible no ahogarse en la duda.
Bajaba la niebla, se espesaba y aumentaba la humedad.
A cada paso, el sonido entremezclado entre tierra y miles de hojas amarillentas y de bordes dentados acolchaban el impacto de sus pisadas. A la vez en su cabeza saltaban los pensamientos desordenados y densos que no había forma de detener.
De vez en cuando miraba de reojo, juraría que por momentos alguien la estaba siguiendo; se alivió pensando que sería su propia sombra y ahuyentó la inquietud.
Su desasosiego crecía, el corazón latía rápido y sus pasos de rastros imperceptibles la llevaban de regreso. Había caminado más de una hora y la noche ya lo invadía todo.
Por momentos sentía el dolor en el hombro derecho y la mano sobre la que cayó, comenzaba a hincharse. Pero no quiso prestar demasiada atención al cuerpo, eso no era lo importante. Su cabeza llena de gritos y palabras atronadoras e hirientes le alejaban de ella misma mientras escuchaba frases sueltas de gente que pasaba junto a ella.
Sus pasos, el sonido de las hojas bajo los pies, el olor de la niebla. Otra vez las dudas y el cansino y estéril dialogo interior.
Entró en casa intentando no hacer ruido.
Ahí estaba, sentado frente al televisor sin sonido. Mirando fijamente la pantalla sin parpadear.
Se fue directamente a la habitación, no se cruzaron palabras, ni miradas.
Ya no había humedad, ni dolor de brazo, ni frío, ni el permanente y agotador diálogo.
Ahora, una noche más en compañía de él y del miedo
Milenia Villaseñor